Juan se quedó en mi casa a cenar y pedimos unas pizzas para
cenar, la mía era de queso y bacon y la suya era de pepperoni con queso
mozarella. Me invitó a cenar y también preparó la mesa para que no tuviera que
hacer ningún tipo de esfuerzo. Cuando acabamos de cenar, pusimos la televisión
y estaban poniendo la película de Titanic, una de mis películas favoritas. Para
mí esa película era la más romántica de la historia, la primera vez que la vi
me quedé con el mensaje de que lo más importante es luchar por amor, luchar
contra la sociedad, contra las barreras que te ponen para poder estar con la
persona a la que amas.
Juan y yo empezamos a ver esa película y no habían pasado
cinco minutos desde que la habíamos puesto y yo ya estaba llorando. No estaba
llorando por la película, estaba llorando por el cúmulo se cosas que me habían
pasado, estaba llorando porque me había vuelto a reencontrar con Luis y ahora
estaba ahí con Juan y sabía que eso no podía acabar nada bien. No podía jugar
con los sentimientos de dos personas.
Cuando notó que estaba llorando, me abrazo con todas sus
fuerzas y me hundió la cara en su pecho, podía notar los latidos de su corazón
y también podía notar como una llamarada de calor me cubría hasta el rincón más
inhóspito de mi cuerpo.
Cuando subí la cabeza me encontré con sus labios, y el se
encontró con los míos. Nos fundimos en un beso que no quería que terminara
nunca, aunque sabía que ese momento iba a llegar antes de lo que yo me
esperaba.
Cuando separó sus labios de los míos se recostó y yo me
acurruqué en su pecho y me quedé durmiendo. A la mañana siguiente me desperté
en sus brazos, totalmente rodeada por ellos.
Nos levantamos y desayunamos un tazón de chocolate bien
caliente. Al acabar de desayunar salimos a la calle cogidos de la mano y dándonos
pequeños besos en los labios. Nada más salir nos encontramos con Luis y en ese
momento deseaba estar en cualquier otro lugar, porque sabía que eso no iba a
acabar nada bien…