Pasaron
uno, dos, tres meses y no me lo podía sacar de la cabeza, no pasaba un día sin
que pensara en él. Un buen día nos dijeron que había una beca para ir a
estudiar a Asturias. Asturias, esa ciudad que cada vez que la oía el corazón me
latía a mil revoluciones por segundo, en esa ciudad vivía mi pequeño romance de
verano que no puedo sacarme de la cabeza. Fui la primera en levantar la mano,
me sorprendí a mi misma de mi rapidez.
A las
dos semanas hice el examen para poder optar a la beca, me salió muy mal, creía
que no iba a aprobar. Al día siguiente nos dieron las notas y no podía creer que
hubiera sacado la máxima nota en mi clase.
Al
mes siguiente hice la maleta nerviosa y temblorosa, porque sabía que tenía una
mínima posibilidad de poder verle, de saber si lo que seguía sintiendo era de
verdad o era una mera ilusión.
Cuando
llegué me di cuenta de lo hermoso que era todo aquello, todo verde, muy
idílico. Llegué a la casa en la que me iba a quedar los seis meses que iba a
estudiar allí.
Me di
cuenta de que él era mi vecino. Mi primer amor, con el que había pasado tantos
y tantos momentos… En ese momento no supe como reaccionar, no sabía que hacer y
lo peor de todo no se como iba a reaccionar él.
No
sabía si tenía una nueva novia y yo había sido ese típico rollete de verano y
que no yo había significado nada en su vida.
Había
vuelto ese momento de volverle a ver, ahí estaba el clavando su mirada sobre mi,
una vez más….
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