-Narra
Ali-
James
te salva y tu reaccionas llorando, así no vas bien Ali. Ahora estaba sentada en
su sofá con una taza de chocolate caliente en las manos. Ese chico era un amor,
no me conocía de nada y me había salvado la vida. Tenía la mirada clavaba en la
taza de chocolate y solo tenía una cosa en mi mente, la muerte de mi hermano y
de mi padre. Yo estaba delante cuando pasó y las imágenes que recordaba
pasaban a toda velocidad por mi mente. No podía permitirme volver a caer en una
depresión, no podía. Pero James y yo podríamos haber muerto. Podríamos haber
muerto los dos, como le pasó a mi hermano y a mi padre.
-Mi
padre y mi hermano fallecieron en un accidente de coche hace tres años. Les
atropelló un autobús, mi padre intentaba apartar a mi hermano de la carretera y
los atropelló a los dos. – dije sin casi darme cuenta.
-Ali,
lo siento mucho. – dijo James que se había acercado donde yo estaba sentada,
ahora estaba junto a mí.
-No
pasa nada, lo tengo ya superado – mentí, dos pérdidas así nunca se superan –
pero cuando me has empujado para que no me atropellara el coche, ¿No has
pensado que podríamos muerto los dos?
-No
pensé en eso, solo pensé que no te podía atropellar ese coche.
Había
un silencio sepulcral entre nosotros ahora mismo. No sabía que decir, había
arriesgado su vida por mí. James era especial, de eso ya no cabía duda.
Le
miré las manos y llevaba los nudillos despellejados y algo ensangrentados.
-¿Qué
te ha pasado en las manos? – pregunté, mientras se las cogía.
-Nada,
debe de haber sido del golpe que me he dado con el asfalto.
-Pues
haya sido lo que haya sido, te tienes que curar esas heridas.
Lo
acompañé hasta el baño y él sacó un pequeño botiquín de uno de los armarios del
baño.
-Déjame
a mí, me has salvado la vida y es lo menos que puedo hacer.
Le
cogí las manos, se las curé y se las vendé. Esto me recordaba a cuando le curaba a
mi hermano las heridas que se hacía cada vez que iba al parque, siempre volvía
llorando y siempre le tenía que curar yo las heridas. Lo echaba de menos,
echaba de menos su forma de reír y la forma en la que nos picábamos. Echaba de
menos a mi hermano y nunca iba a volver, eso era lo que más me dolía. Tenía
diez años cuando murió, todavía le quedaba toda la vida por delante, pero le
habían robado su vida, a él y a mi padre.
-Muchas
gracias Ali. – me sonrió James.
-No
es nada, como he dicho antes tú me has salvado la vida y es lo menos que puedo
hacer.
Los
dos volvimos a salir al salón. El apartamento de James era muy pequeño, tenía
una habitación, un salón no muy grande, una cocina y un baño. Lo suficiente
para él. El apartamento estaba bastante desordenado. Ya sabía la única cosa
mala que tenía: era desordenado.
-¿Tienes
hambre? Podríamos ir juntos a comer algo. – dijo, mientras se ponía su gorra
lila.
-Claro
que sí. ¿Dónde podemos ir?
La
verdad es que tenía hambre y no podía decirle que no a James.
-Conozco
un par de sitios, vamos.
Salimos
los dos de su casa y fuimos otra vez a la calle, hacía mucho frío. Callejeamos
hasta llegar a una pizzería. No sabía como James podía conocer aquel sitio,
estaba alejado de todo, perecía que habíamos vuelto a España y estábamos en un
pueblo perdido. No parecía que estuviéramos en una de las ciudades más
importantes del mundo.
-Ya
hemos llegado.
-Una
pregunta, ¿Cómo conoces este sitio? Parece que está alejado de todo.
-Cuando
era pequeño vivía en un pueblo cerca de aquí y mis padres me traían a Londres
casi todos los fines de semana. Me enseñaban la ciudad y todavía recuerdo
algunos lugares. ¿Entramos?
-Claro.
Cuando
entramos el olor a queso lo inundaba todo, parecía una de las pizzerías que había
visto en algún reportaje sobre Italia. No parecía que estuviéramos en Londres.
Nos
sentamos en una mesa un poco alejada y cogí la carta. Todo estaba escrito en
italiano, pero por suerte estaba traducido al inglés.
-¿Qué
vas a tomar? – preguntó James mientras cerraba la carta y la dejaba en la mesa.
-Supongo
que una pizza margarita, ¿Y tú?
-Yo
una pizza de la casa. Siempre me las pedía cuando venía aquí con mis padres.
Vino
en camarero y nos tomó nota. James y yo empezamos a hablar y solo paramos
cuando vino el camarero a traernos la comida. Los dos nos reíamos y esta vez mi
risa no era una risa forzada, me lo estaba pasando bien y cada vez tenía más
claro que ese chico valía mucho la pena. Era guapo, simpático y me hacía reír.
No sé
como, pero salió el tema de los cumpleaños. Solo faltaban dos semanas para el mío.
Cumplía 22 años y este era el primer año que lo pasaba lejos de mi casa y de mi
madre.
-Así
que tu cumpleaños es dentro de dos semanas, ¿No? Te daré alguna sorpresa.
-Tienes
que saber una cosa, no me gustan las sorpresas así que no te esfuerces.
-Yo
creo que esta sorpresa si te gustará – rió James.
Nos
levantamos, pagamos y salimos una vez más a la calle. Eran las tres y llevaba
desde las once de la mañana fuera de mi apartamento. El tiempo se me había
pasado volando y de momento no tenía pensamiento de volver, estaba bien con
James y no quería despedirme de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario